En el siglo XXI todos somos especialistas en comunicación, marketing digital, contenidos, palabras, publicidad, redes sociales y no sé cuántas cosas más.
O, al menos, muchos lo pretenden y muchos se lo creen. Muchísimos lo venden.
Los profesionales de gestión de contenidos y comunicación están como locos al comprobar cómo personajes de la vida pública como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están consiguiendo tal cantidad de participación y apariciones públicas que su trabajo se ve compensado. Se habla de los políticos y se habla de los equipos. Se habla de cómo consiguen aparecer en los medios de comunicación y si sus mensajes son o no acertados.
Licenciados en Ciencias Políticas, expertos en redes sociales y conocedores en general de cómo va Internet y las cadenas de televisión mayoritaria, ven recompensados años de oscurantismo, donde solo los chicos de Madrid o Barcelona, o los gabinetes de los partidos políticos mayoritarios podían optar a algo tan simple como dar su punto de vista. Ahora aparecen gurús mediáticos, algunos con la chispa y desvergüenza que da tener menos de 40 años y ciertas perspectivas de futuro laboral.
En los dos casos mencionados, Iglesias y Sánchez, sus equipos de comunicación están como locos por conseguir el hueco que de otra manera no conseguirían. En el caso de Pedro Sánchez menos, porque solo por pertenecer al PSOE, el segundo partido en España, podría aparecer cuanto quisiera y como quisiera. Pero tanto él como su equipo de trabajo de comunicación (del que ya se habla de manera pública en muchos medios de comunicación como protagonistas, con nombre y apellidos) han dado un paso extra, es conocido cómo se está esforzando su grupo de trabajo porque aparezca de una manera concreta todo el tiempo posible, en programas de corte mayoritario y frente a mucho público, a priori anónimo. Y encima lo llaman asambleas abiertas.
¿Cuántas veces hemos oído la palabra asamblea esta semana? ¿Y regeneración?
A ningún analista escapa que Pablo Iglesias y su equipo no han salido de la nada, son profesionales de la comunicación, preparados y procedentes del ámbito universitario, con decenas de personas trabajando por detrás para que las redes sociales se conviertan en una cosa de niños en sus manos.
Lo tienen todo controlado, discurso, Twitter, Facebook. Han conseguido colarse en el debate político, han conseguido modificar la agenda de los demás.
Comunicadores y politólogos tratan de explicar estos fenómenos, aunque se rijan por la ortodoxia más clásica estadounidense: comunicación y marketing político. ¿Qué habría hecho JFK, qué hace Obama?
El inconveniente es si lo tienen suficientemente interiorizado, tanto ellos como sus equipos. Y si el público español está preparado para ello.
Porque no es suficiente controlar las redes sociales, no es suficiente controlar la gramática, no es suficiente saber redactar eslóganes en treinta segundos, no es suficiente conocer los colores adecuados para el público, no es suficiente estar de moda. Es un poco todo y, a veces, ni siquiera eso.
Porque en España estamos creciendo, estamos aprendiendo, las personas, los comunicadores y los políticos. Pero aprendemos y crecemos despacio, y no todos al mismo ritmo.